9- Modernidad y Capitalismo
Modernidad y Capitalismo
Con el
siglo XVI comienza una nueva era: la Edad Moderna, en la que Europa expande su
dominio por todo el globo terrestre. Esta expansión provoca inmensas transformaciones
en todos los planos de la vida.
El
concepto de ´hombre civilizado", producto de las velocidades de cambio en
Europa, será construido a partir del predominio de lo cultural sobre lo
natural, y de la razón sobre los instintos.
La
irrefrenable expansión del capitalismo llevó a las potencias europeas a
conquistar otros continentes que fueron subordinados a la nueva lógica del
capital. La economía rompió los límites que la aprisionaban hasta conformar un
mercado y un comercio mundial.
Esto
trajo aparejado, a su vez, el desarrollo de la navegación y las comunicaciones,
e inaugura el ciclo histórico del colonialismo. En plena fase industrial, los
países centrales se vieron obligados a avanzar frente a las demás potencias por
la propia lógica de la competencia intercapitalista. Con la búsqueda de nuevos
mercados, surge la división entre países industrializados y subdesarrollados (o
coloniales); Èstos últimos son los que producen las materias primas para las
economías industriales.
Asimismo
la conquista de América, África, Asia y Oceanía implicó la dominación de los
pueblos coloniales. Ubicándose como hombre "civilizado", el
conquistador blanco y europeo asumía cierta "superioridad innata"
frente a lo que consideraban las "razas inferiores".
A lo
largo de la historia, los dominadores usarán permanentemente la famosa
oposición civilización-barbarie, negando la humanidad de quienes aparecen como
pueblos salvajes o primitivos.
Durante
el siglo XIX se transformó al mundo, y una minoría de países europeos se convirtieron
en economías industriales. El progreso (que se consideraba inevitable, seguro
de sí mismo) es la palabra clave de esta época, impulsada por la velocidad del
avance científico y tecnológico que repercutió en todas las áreas del
conocimiento y en las potencialidades como seres humanos.
Las
nuevas tecnologías, las nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo), el
desarrollo de la industria química, la revolución en los transportes
(ferrocarriles y barcos a vapor) y en las comunicaciones (telégrafo, radio,
teléfono, periódicos, cinematógrafo) imprimieron al clima de época un tono
optimista. El progreso técnico estaba allí; bastaba recorrer las exposiciones
universales organizadas en las grandes capitales europeas que exhibían las
innovaciones.
Sin
embargo, con un tono más escéptico y pesimista, también aparecieron durante el siglo
XIX los teóricos críticos del capitalismo que interrogaron y pusieron en duda
los progresos de la modernidad.
La
técnica no parecía liberar al hombre, sino que imprimía una deshumanización del
trabajo en la fábrica. La progresiva mecanización y la división del
trabajo provocaron una ruptura del trabajador con la actividad productiva como
un todo.
El
trabajo se redujo a una función parcializada y repetida mecánicamente. De este
modo, los cambios en los métodos de trabajo conformaron una forma de subjetividad
obrera. La máquina se introdujo dentro del ´alma" del trabajador, y el
cuerpo fue construido a partir de la maquinización: el autómata, el hombre como
un engranaje más de la maquinaria, el obrero chaplinesco de la cadena de
montaje que muestra la película Tiempos Modernos.
El
resultado es obvio: el enfrentamiento entre el hombre y su mundo social. Vale
decir que el desarrollo del capitalismo y, con él, de una economía-mundo, generó
una serie de antagonismos y conflictos sociales. Esto da origen al "problema
social", preocupación del siglo XIX, y a la sociología como disciplina
autónoma.

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